SILENCIO
El silencio es un poder. Sin él es
muy difícil escuchar. Nuestras eucaristías son deficitarias en
silencio. Parece como si nos violentásemos por el simple hecho de estar
unos segundos sin decir nada.
El silencio es el ruido de la oración.
El silencio, después de la homilía, es interpelación.
El silencio, después de la comunión, es gratitud al Dios por tanto que nos ha dado.
En el silencio se llena todo de nuestras intenciones personales, peticiones o deseos.
La música o el canto, los símbolos y otras cosas secundarias, nunca
pueden ser una especie de tapagujeros que hagan más “digerible” la
eucaristía. El silencio no es ausencia de...., es cultivar un lugar para
que Dios nazca.
CONTEMPLACIÓN
La Eucaristía se hace más
sabrosa cuando se la contempla. En el horizonte inmenso todo parece
igual, pero cuando los ojos quedan fijos en él, surgen detalles que a
simple vista parecían no existir.
Con la Eucaristía ocurre lo mismo. Es un paisaje que puede parecer
todos los días igual. Sentarse, relajarse, olvidarse de lo que rodea
lleva al alma contemplativa, a la persona contemplativa a vivir una
serie de sensaciones que es la presencia escondida de Dios.
Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada
Marta, lo recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que,
sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta
estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose dijo: “Señor, ¿no te
importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile que me ayude”.
Le respondió el Señor: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por
muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha
elegido la parte buena, que no le será quitada”. (Lucas 10, 38-42).
ORACIÓN
La oración y la eucaristía van
de la mano como la cerradura se acciona con la llave. La eucaristía. El
diálogo con Jesús se hace más fecundo después de haber escuchado la
Palabra de Dios. Para que la Eucaristía resulte vibrante, no es cuestión
de recurrir a la ayuda puntual del ritmo maraquero o guitarrero. En el
diálogo de las personas está el crecimiento personal y comunitario. En
la oración reside uno de los potenciales más grandes para entender,
comprender y vivir intensamente la Eucaristía.
"Cuando oréis, no seáis como los hipócritas que son amigos de rezar
de pie en las sinagogas y en las esquinas, para exhibirse ante la gente.
Ya han cobrado su paga, os lo aseguro. Tú, en cambio, cuando quieras
rezar, echa la llave y rézale a tu Padre que está ahí en lo escondido;
Tu Padre que ve lo escondido te recompensará" (Mt. 6, 5-6).
CARIDAD
La fuente de la caridad
perfecta es la Eucaristía. La fuente de la caridad que nunca se agota ni
se cansa es la Eucaristía. En ella contrastamos nuestros personales
egoísmos con las grandes carencias que existen en el mundo que nos
rodea. Cada día que pasa es una oportunidad que Dios nos da para ofrecer
algo o parte de la riqueza material o personal que podemos tener cada
uno de nosotros.
Hay dos dimensiones que nunca podemos olvidar al celebrar la
eucaristía: la caridad hacia Dios y la caridad hacia los hermanos. Amar a
Dios con todo el corazón y con toda nuestra alma es subirse al
trampolín, para saltar y amar, aunque se nos haga duro y a veces
imposible, a los más próximos a nosotros. Y, esos próximos, ¡qué lejos
los tenemos muchas veces del corazón y qué cerca físicamente!
Hoy, de todas maneras, está más de moda mirar horizontalmente al hombre que verticalmente acordarnos de que Dios existe.
«Bajaba
un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que,
después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto.
Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un
rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio
un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al
verle tuvo compasión; y, cercándose, vendó sus heridas, echando en ellas
aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una
posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los
dio al posadero y dijo: "Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré
cuando vuelva." ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que
cayó en manos de los salteadores?» El dijo: «El que practicó la
misericordia con él». Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo».
ESCUCHA
Cuando Dios habla no nos da
simple información: se nos revela. Su Palabra es un escáner por el que
vamos conociendo el corazón de Dios, sus sentimientos, sus pensamientos
y, también, lo qué tiene pensado para cada uno de nosotros. Lo qué
quiere de cada uno de nosotros.
El Antiguo Testamento nos prepara a la venida de Cristo. Las
epístolas y otras lecturas nos ofrecen las reflexiones de San Pablo y de
otros contemporáneos sobre Jesucristo, su vida y su mensaje. El
Evangelio nos da la clave de cada encuentro eucarístico. Es el punto
culminante de toda la Liturgia de la Palabra. Es en este momento, cuando
puestos de pie rendimos homenaje presente en la Palabra.
Le reclamaba una vez por la noche al Señor:
¿Por qué Señor no me escuchas?, si cada noche te hablo...
- ¿Por qué Señor no me atiendes?, cuando en cada momento te pido...
- ¿Por qué Señor no te veo?, si oro constantemente...
- En esta noche Señor hablo y hablo contigo, mas no siento tu presencia, ¿por qué Señor no me tomas en cuenta?
A lo que Dios contestó:
-
Cada noche escucho tu clamor, cada noche trato de atender, cada noche
trato de hacerme ver delante de ti, y quisiera cumplir tus deseos. Pero
me hablas y pides muchas cosas, las cuales escucho con atención, sin
embargo, en cuanto terminas de agradecer y de pedir lo que necesitas,
terminas tu oración, sin darme oportunidad de hablar
Una conversación es un diálogo entre dos, muchas veces hablamos
con Dios pero no nos damos un tiempo para escuchar su voz. ¿Alguna vez
has tratado de hablar con alguien que no te deja decir ni una sola
palabra? Pues bien, Dios quiere hacernos escuchar su voz y para eso
necesita que le des la oportunidad de hacerlo, y solo entonces, al
escuchar su voz y guardar silencio por un momento, tu oración será
completa, y Dios cumplirá su promesa de darte todo aquello que pidas con
fe.
Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el
que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y
arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo
largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la
Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí
mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o
persecución por causa de la Palabra, sucumba enseguida. El que fue
sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero los
preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la
Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es
el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce,
uno ciento, otro sesenta, otro treinta.